Abstract

La historia de la Maestranza Barón nos conecta con la forma en que el desarrollo del ferrocarril es algo más que el proyecto industrial tributario de la idea de progreso que ponía al centro la técnica como forma de conquista y domesticación de las distancias impuestas por el paisaje. Los avances de la técnica, que llegaba a Chile fines del siglo XIX de la mano de la red ferroviaria, no se cristaliza sino en el vecino siglo XX, cuando la racionalización de la industria se va extendiendo a las relaciones sociales, en la división social del trabajo, y en las aspiraciones de los trabajadores por mejorar sus condiciones de vida. Son las formas de organización y despliegue de la solidaridad entre trabajadores lo que contribuye a que ese desarrollo tenga sentido. Porque lo que hace florecer el ferrocarril es el deseo de la gente por ser parte integrante de la red. El deseo de estar en movimiento, como pasiones activas favorecidas por el imaginario de la red. Esta se vuelve condición que ayuda a fortalecer las conexiones previas entre el puerto y el interior, donde la vida rural era el paisaje dominante, así como entre la capital y el océano Pacífico, contenido en los bordes de la bahía de Valparaíso, desde donde se proyectaba a otros mares, otros puertos, hacia los centros industriales, llevando y trayendo mercancías, gentes y proyectos.